Comentario
En que se cuenta lo que más pasó hasta la muerte del general don Lorenzo Barreto
Acudía don Lorenzo lo mejor que podía con su enfermedad al sustento y bien del campo, y juntamente envió tercera vez con la fragata al capitán de la artillería a buscar a la almiranta, dándoles instrucción de lo que había de hacer. Fue el capitán e hizo sus diligencias, sin hallarla. Saltó de camino en una de las tres isletas referidas. Estaban en los arrecifes; y cogió en ella ocho muchachos, los cuatro varones, y todos bien agestados, de color loros, buenos talles, lindos ojos y mejor ingenio. Trajo algunas grandes conchas de las ostias de perlas que en un pueblo halló; y con esto se volvió a la nao.
Envió el general a don Diego de Vera por caudillo con algunos soldados de más salud, a buscar indios para tenellos por prendas y por freno para que no nos procurasen el mal que hacían. Trajeron tres indias con seis hijos, a quien los maridos vinieron muchas veces a ver; y juntándose muchos otros, las vinieron a pedir con muchos halagos; y por contestarlos, se las dieron.
Tratábase de pedir licencia a la gobernadora para irse de la tierra; y mandaban los que trataban de esto, a los soldados que firmasen un poder, que al vicario dieron para que en nombre de todos lo diese. El uno, escarmentado, respondió que no le mandasen firmar; pues por firmas de papeles había el adelantado muerto al maese de campo y a los otros dos soldados; asegurándole que firmase y que no tuviese pena de presente por ser uno de otro diferente tiempo.
El vicario hizo una petición, apuntando en ella causas que decía ser bastantes para dejar la población. Mandaron la gobernadora y el general se recibiese información, de que pidiendo traslado el fiscal (según él dijo) le mandaron pasar de largo: y porque toda la gente de la tierra había firmado el papel y poder, tomaron toda la gente de mar por testigos, y porque el piloto mayor tiene probado cuanto le hubo de costar el deseo de poblar, digo que fue un día a la nao un su amigo, y no se sabe si fue de caridad, o si fue enviado adrede, y le dijo que se callase, porque o le habían de matar, o dejarle solo en aquella isla. Llegó su instancia a tanto, que se ofrecía a sembrar y sustentar la gente de mar; mas fue tanta la sospecha u odio que de él concibieron de esto, que nunca le quisieron dejar ir a las salidas que por mar se hacían: con que le atajaron los pasos de la intención que allí llevó; pues por emplearse en descubrimientos de tanta importancia había dejado lo mucho que podía tener en el Perú.
Agora me parece que será a tiempo el disculpar la tierra que muchos de nuestros soldados decía ser la más mala que se sabe, dando por razón las muchas muertes que en ella hubo, y enfermedades.
Claro está que de mudar temple, comida, costumbres, trabajar, andar al sol, mojarse sin tener que mudar, poblar montaña en invierno, dormir en el suelo, la humedad, desconciertos, y otros contrarios, con malos tratamientos, y otros disgustos, en hombres que no son piedra, no parece mucho que haya habido enfermedades: y luego la falta de médico que entendiese su mal, y la de los remedios que se habían de aplicar, ni quien sirviese y los regalase, eran abiertas puertas a la muerte. Demás de esto, en los pueblos y ciudades pobladas, hay unos barrios más sanos que otros: y así entiendo que no fue pequeña parte el sitio para los daños referidos; porque los que se hallaron en la mar, ninguno allí cayó malo; y si la tierra fuera tan enferma como se dijo, los enfermos con todas las faltas apuntadas no duraran tanto tiempo; pues muchos vivieron muchas semanas y meses, y ninguno hubo que se muriese en breve, como acaece en Nombre de Dios, Puertobelo y Panamá, Cabo Verde y San-Tomé, y otras partes sujetas a poca salud; y esto, con tener presentes todos los remedios necesarios, acaban en breve tiempo, y a ratos en breves horas.
Los enfermos se iban a más andar muriendo, y era lastimosa cosa verlos en las manos de sus males, metidos en unos tendejones, unos frenéticos y otros poco menos; unos irse a la nao, pensando hallar allá salud, y otros de la nao al campo, pensando hallarla en él. El general don Lorenzo acudió a estas faltas cuanto le fue posible y la gobernadora como pudo, y otras personas había que, obligadas de caridad, acudían; pero todo era poco, por ser las faltas muchas. En esta ocasión cayó el vicario malo, y no le pareciendo bien la tierra, se volvió a la mar.
El general que, como habemos dicho, estaba flechado en una pierna, le fue menester guardar cama, en donde por minutos se hallaba peor de salud, habiéndosele pasmado: y en este tiempo llegó el campo a estado que no había quince soldados sanos, y ésos eran todos mozos, que por serlo podían mejor sufrir con calenturas hacer las postas; y tal hubo, que en quince días no la rindió. Fue el piloto mayor a visitar a don Lorenzo, y estándole preguntando por su salud muy afligido: --¡Ah, señor piloto mayor, que me muero sin confesión! Y luego: --¡Ah muerte, en qué estado tan fuerte me coges! Y puestos lo ojos en un Cristo, dijo: --Pecador soy, Señor, perdonadme.
Conociendo el piloto mayor su grande necesidad, le consoló, diciendo iba a rogar al vicario viniese así como estaba. Fue a la nao, y pidióle que por amor de Dios saliese a confesar a don Lorenzo, porque se moría a gran priesa. Respondióle el vicario, que también él se moría; que le trajesen a la nao que allí le confesaría. El piloto mayor le replicó, diciendo que el mal de don Lorenzo era pasmo, y le tenía tan yerto y envarado, que para revolverse en la cama, tenía una cuerda en el techo, a que se asía, y con ayuda de dos hombres se revolvía; y pues sabia que era mozo, no permitiese que él, ni otras personas que en el campo pedían confesión se muriesen sin ella. Respondió el vicario: --Vuesa merced me quiere matar. ¿No ve que no me puedo tener en pie?; ¿tan poco quiere mi salud?; llévenme donde quisieren aunque muera. Y así fue embarcado, temblando, envuelto en una frazada: y llevado, le acostaron con don Lorenzo en su cama, a donde le confesó, y a todos cuantos se quisieron confesar. Un soldado, viendo con tan poca salud al vicario, dijo muy lloroso y triste: --¡Ah, Señor!, ¿qué priesa es ésta que veo?, ¿en qué hemos de parar?, y le volvieron a la nao. Aquella noche apretó el mal con don Lorenzo de tal suerte, que al romper el día dos de noviembre murió. Dios le perdone. Fue llorado y sepultado de manera que el adelantado su cuñado. Entre los demás murió un soldado que recibió la muerte con tan alegre rostro, que en esto y en las palabras que dijo y lo que hizo, parecía ser peregrino que caminó al cielo.